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Da tristeza, vergüenza y repugnancia observar la suciedad acumulada en el
panorama nacional, y no me refiero a las toneladas de basura depositada en las
calles o centros sanitarios como consecuencia de los múltiples conflictos
laborales existentes en el sector de la limpieza, sino a la que devora con
fruición los ahorros de humildes y confiados ciudadanos; a la que miente y se
ríe con descaro en el rostro de los electores; a la que procura impedir el
brillo e higiene de la verdad; a la que deslustra y enturbia la actividad
política, deteriora el bienestar social, difunde una imagen lamentable del
Estado y enrarece la convivencia.
Es una pena que, al igual que se trasponen las Directivas Europeas a la legislación española, no sean trasladables culturas y prácticas de honestidad y transparencia democrática. Proporcionar brillo e higiene a las instituciones no es una cuestión que requiera de grandes inversiones en infraestructuras o en investigación y desarrollo, basta con elevar el nivel de honestidad y voluntad para imitar el funcionamiento democrático de países cercanos.
Es una pena que, al igual que se trasponen las Directivas Europeas a la legislación española, no sean trasladables culturas y prácticas de honestidad y transparencia democrática. Proporcionar brillo e higiene a las instituciones no es una cuestión que requiera de grandes inversiones en infraestructuras o en investigación y desarrollo, basta con elevar el nivel de honestidad y voluntad para imitar el funcionamiento democrático de países cercanos.
