domingo, 18 de marzo de 2012

Lo que nos queda

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Porque se habla mucho de la pérdida de principios o deriva ética de la sociedad, pero los valores más fomentados, apreciados y anhelados son los que entran en la billetera; porque mientras se venden y prometen viajes hacia prósperos y atractivos horizontes sociales, los trenes parecen tomar la dirección que conduce a estaciones que habían sido clausuradas por anticuadas, inconfortables y precarias; porque se alude a la necesidad de elevar la edad de jubilación para mantener el sistema de pensiones, pero se extiende la tendencia laboral de prescindir de las personas cuando cometen la imprudencia de cruzar la frontera de los cuarenta; porque de cara a la galería visten mucho términos tales como responsabilidad, dedicación, honestidad y contribución, aunque en la intimidad se mete directamente la mano en la caja o se defrauda todo lo que se puede; porque a la mañana pueden darse charlas y aparentes muestras de sensibilidad y respeto para con las mujeres, y al caer la noche demandar los servicios sexuales de chicas engañadas y sometidas; porque la paz mundial forma parte de los discursos políticos sin distinción de colores, pero la carrera armamentística no se detiene. En fin, demasiadas palabras huecas y carentes del aval que les concede crédito: el de los hechos. Por otra parte, nada nuevo, ya que la incoherencia, ambición, engaño o indiferencia son aspectos de la condición humana, lastres que impiden la única globalización que de verdad merece la pena: la de la sensatez, la empatía, el bienestar y el respeto. Quizá sea una ingenuidad mantener la esperanza en la capacidad del ser humano para crear escenarios más cabales y agradables, pero es lo que nos queda, un viejo combustible que aporta energía y posibilidad de movimiento, una materia prima renovable generación tras generación y presente en cualquier rincón del planeta.