Si con independencia de las ideas o inclinaciones políticas de cada cual tuviéramos la consideración de que la corrupción es un agente infeccioso que deteriora la salud social del país, es decir, que daña los intereses del conjunto, el comportamiento de los partidos políticos, organizaciones sindicales, asociaciones empresariales o colectivos vecinales ante la misma tendría que asemejarse al de los glóbulos blancos, con un claro e inequívoco objetivo común: combatirla y eliminarla. Por ello, cuando se oculta, defiende, avala o muestra connivencia con quienes protagonizan conductas reprobables e irregulares, qué se persigue, ¿el beneficio general o el propio? Para evitar o despejar dudas al respecto, existe una económica y sencilla receta: actuar con honradez, rigor y transparencia.
