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¿Volverían a
confiar los vecinos de una comunidad de propietarios en una empresa de
reparación y mantenimiento que infla las facturas y pasa gastos por trabajos
ficticios? ¿Volverían a fiarse los integrantes de una asociación benéfica de un
equipo directivo que desvía los fondos hacia los bolsillos propios? ¿Volverían
los clientes de una agencia de viajes a contratar unos días de vacaciones tras
haber sido víctimas de un fraude anterior por parte de ésta? Dando por sentada
la respuesta común a tales interrogantes, uno se formula ciertas
preguntas: ¿Cómo es posible que exista apoyo, calor y reconocimiento social
hacia quienes desvían, roban y malversan recursos públicos? ¿Se
fomenta desde una edad temprana una educación y concienciación
ciudadana respecto al valor, la importancia y el respeto que debe tenerse
por el bien común? No tiene gracia, pero que ni pizca de gracia, leer
o escuchar que, por ejemplo, la suma del dinero pagado durante el
año en impuestos acabe en manos de personajes que lo utilizan para pagar
joyas, trajes, fiestas o llamadas telefónicas de carácter privado.