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En casa nunca me enseñaron ni animaron a profesar la religión de la
envidia, el poder y la riqueza, pero admito que el pasado domingo llegué a
tener sentimientos irreprimibles de envidia durante la visión del programa
televisivo Salvados, al cotejar el nivel de concienciación y el
comportamiento social mostrado en Dinamarca y
España ante conductas y
prácticas impregnadas de corrupción, deslealtad y menosprecio
por los recursos e intereses públicos. Aunque esta navidad volverán a
repetirse las imágenes de ciudadanos descorchando botellas de cava y
champán por haber obtenido un premio en la lotería de navidad, hay bienes
o valores como la ética y el compromiso con el bien común que no
serán adquiridos a través de sorteos o juegos de azar, sino con mayores porciones
de educación, honradez, sensibilidad y preocupación por las cuestiones
relativas al bienestar de la mayoría. Cuestiones que, lamentablemente y
según se encarga de constatar la realidad, no parecen estar demasiado
arraigadas en nuestras tradiciones y aspiraciones sociales. Por otro lado, ¡qué
incertidumbre y pena genera observar el deterioro progresivo de la relación
existente entre el gobierno autonómico de Cataluña y el gobierno
central! Por dónde pasa el futuro de las parejas, ¿por el amor y el respeto
o por el recelo y las amenazas? Qué producto tiene más poder de unión y
convivencia, ¿el adhesivo político o el jurídico?