Admito no sentir inquietud ni
angustia ante las profecías que auguran y señalan con precisión una fecha
en la que un cataclismo pondrá punto y final a la vida en el planeta, en
cambio, la lectura de reportajes tales como ‘Un mundo que se deshace’, del
pasado nueve de diciembre, sí son motivo de pena y preocupación. ¿Qué sentir
cuando las observaciones, investigaciones y predicciones de la comunidad
científica indican que se están produciendo alteraciones medioambientales
de graves e irreversibles consecuencias?
Disminuye la masa de hielo en el
Ártico, aumenta la contaminación de los mares, se merma la masa forestal, sigue
incrementándose la contaminación del aire y, para colmo, la política
sufre un proceso de debilitamiento ante la especulación y la usura, la
conciencia del bienestar colectivo pierde fuerza ante una ambición
personal y cortoplacista.
Grandes retos y dificultades en
el camino para las presentes y futuras generaciones: frenar el deterioro de los
ecosistemas y depurar los sistemas sociales.