Escribía Carlos Boyero que le asalta el sentimiento de vergüenza ajena al contemplar la obscenidad exhibicionista contenida en ciertos programas televisivos dedicados a mostrar las magníficas posesiones y vivencias de personas con fortunas millonarias, mientras millones de personas carecen de recursos que cubran sus necesidades básicas. Tras ojear el reportaje sobre la creciente oferta de ocio y fiesta nocturna en Ibiza (El País Semanal de 31 de Julio de 2011), con hoteles pensados para hedonistas sin complejos, botellas de 50.000 euros en las bodegas y piscinas reservadas para Vips y atractivas muchachas, y habiendo leído anteriormente en el periódico el artículo sobre la venta de órganos humanos y el planteamiento de llegar a regular su comercialización como si de recambios de automóviles se tratara, uno puede sentir bochorno, tristeza y desencanto. Si a esto se le llama civilización y progreso, ¿no hay que revisar el diccionario?
