En mi infancia y adolescencia allá por las décadas de los 60 y 70, la educación y sensibilización social respecto a la consideración para con el reino animal dejaba bastante que desear. Matar lagartijas con tirachinas, disparar a gorriones u otras aves con escopetas de perdigón o abrasar hormigas con una lupa puesta al sol eran formas de entretenimiento practicadas sin complejos ni remordimientos y, por supuesto, llevadas a cabo a plena luz del día bajo la aprobación, connivencia o indiferencia de gran parte de la población adulta. Afortunadamente, la sociedad ha dado algunos pasos positivos en este sentido y ahora nuestros menores no buscan ni encuentran la diversión en tan absurdos, dañinos y crueles comportamientos. Sin embargo, tal como expone Ángeles Caso en su artículo del 24 de julio de 2011 aún persisten festejos o tradiciones sociales repartidas a lo largo y ancho de la geografía nacional en las que se maltrata con brutalidad a los animales sin necesidad ni miramiento alguno. Probablemente, le extinción de éstas es una cuestión de tiempo.