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El miércoles he tenido que tranquilizar a una conocida vecina octogenaria que estaba un tanto confusa y preocupada porque, según comentaba, a su edad y tras el esfuerzo realizado para adaptarse al cambio que supuso la sustitución de la peseta por el euro, le parecía una faena tener que volver a pasar ahora por semejante experiencia. ¿A quién se le habría ocurrido que la nueva unidad monetaria fuera el café? La cuestión quedó aclarada al conocer que todo se debía al desacertado ejemplo puesto por un ministro para tratar de explicar el impacto que tendría la subida del precio de la energía eléctrica en el recibo mensual, aunque, lamentablemente, después de echar unas sencillas cuentas volvió a quedar un tanto desconcertada y con cierto mosqueo. Y es que, si además de introducir la pensión en el congelador, sufría incrementos sustanciales en el importe de las tasas urbanas y de servicios y necesidades básicas, el sacrificio en 2011 no quedaría reducido a unos cuantos cafés, sino a unas cuantas cestas de la compra.
