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Cuando se habla de ‘ciudades inteligentes’ suele ser en
términos de dotación de infraestructuras, eficiencia en la gestión de los
recursos y desarrollo sostenible, con escasa o nula referencia a cuestiones
relacionadas con el Estado de Bienestar. Y uno se pregunta: ¿es acertado
utilizar el término inteligente para describir un entorno social avanzado en
ciencia y tecnología pero deficitario o involucionista en la vertiente
humanitaria? Qué es el progreso, ¿urbes con vehículos sin conductor circulando
por calles con personas pidiendo en las puertas de los supermercados?,
¿localidades con pantallas en lugares públicos ofreciendo información en tiempo
real sobre la contaminación ambiental y las condiciones meteorológicas mientras
hay ciudadanos buscando un cajero automático libre para pasar la noche?, ¿espacios
controlados por las tecnologías de la información y comunicación (TIC) donde
muchos niños carecen de acceso a Internet por pertenecer a familias en
situación de precariedad? Por lo visto, inteligente es un concepto variable y
adaptable al recipiente de las opiniones, proyectos e intereses.