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Uno de los aspirantes al puesto de trabajo en la pequeña
peluquería del barrio tenía alrededor de 43 años de edad y contaba con
una dilatada experiencia laboral forjada a lo largo del tiempo en distintos
salones de la zona. Otro candidato había cumplido los 21 años y tenía una
escaso recorrido profesional, pero había algo en él cuyo peso fue
determinante para inclinar la balanza a su favor: la estética y la juventud. El
chico vestía de manera informal, llevaba varios piercing en la cara y
lucía numerosos tatuajes en distintas partes del cuerpo ofreciendo una imagen
que, contrariamente a lo sucedido en otras circunstancias, en este caso acabó
siendo decisiva para obtener el empleo. Dado que la supervivencia del negocio
dependía en buena medida de la entrada y permanencia de nuevos y jóvenes
clientes, el responsable del mismo estimó que el perfil de esta persona era más
adecuado para cumplir el deseado objetivo, es decir, continuar ganándose
los garbanzos con las tijeras. Pasados los años, las puertas de la
peluquería siguen abiertas y el joven permanece trabajando codo a codo con el
propietario. Hay perfiles que lo mismo te hunden que te hacen flotar.