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Cuando unos padres maltratan a los hijos o desatienden sus necesidades
elementales mientras ellos satisfacen sus deseos y llevan una vida incompatible
con las obligaciones y responsabilidades asociadas al papel de
progenitores, pocas personas muestran desconcierto y sorpresa ante la
decisión de las autoridades públicas de retirarles la custodia de los
menores hasta que se dé un cambio verificable de las conductas y
circunstancias. En cambio, el desapego social reflejado en las urnas
hacia los partidos que, en distintas naciones, llevan ejerciendo el rol de
tutores y protagonistas principales del escenario político durante las últimas
décadas, y que están siendo percibidos por un número creciente de ciudadanos
como incapaces, insensibles y responsables del deterioro continuado de su
calidad de vida y posibilidades sociales, parece ser motivo de gran asombro
en círculos intelectuales, periodísticos y políticos. Y hacer el análisis
del fenómeno a través de una mirada ufana, distante, contrariada e impermeable
a las lágrimas populares, concluyendo que uno de los factores fundamentales es
el bajo nivel de educación y cualificación del electorado que decide cambiar el
sentido del voto, denota incomprensión o lejanía respecto a la borrasca
producida por la acumulación del sentimiento de desamparo
ciudadano.