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Informes sobre la economía sumergida española situaban el porcentaje de
la misma en un 18,6% del Producto Interior Bruto (PBI) en 2013, viéndose
reducida en casi un punto respecto al 2009 y en prácticamente dos y medio
en comparación con el 2000, un descenso relacionado directamente con el
pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Como decía un conocido hace un par
de días, con un nivel de paro próximo al 24% y unas ofertas de empleo que, en
su mayor parte, no garantizan unos ingresos suficientes para cubrir los gastos
básicos y corrientes de las familias, parece que el trabajo sumergido o
en negro va a ser una solución, alternativa o complemento para
intentar cubrir las necesidades básicas de los hogares. Y, a elegir entre
comer o abonar la cuota de la comunidad y pagar el IVA de un trabajo o
servicio, la opción entraña pocas dudas. Según las estadísticas, el peso
de la economía informal en Suiza, Austria y Holanda está por debajo del 10% del
PBI, naciones europeas con niveles de paro, desigualdad y pobreza social
sensiblemente inferiores a los registrados en países como España, unos
datos que invitan a reflexión. Hay sistemas que propician y alimentan los
círculos viciosos.