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Hace unos días, al escuchar una noticia que resaltaba los índices de
pobreza infantil en España y la posición ocupada por nuestro país
en tan lamentable ranking de la Unión Europea, tuve la
sensación de que los datos sobre las condiciones de vida de los pueblos se
difunden y perciben como si se tratase de la clasificación de las
naciones en las Olimpiadas y los Mundiales o de los equipos
en las ligas de fútbol nacionales. Sin embargo, lo destacable de situarse en
los primeros o últimos puestos de ciertas listas no es la intensidad de los
aplausos ni la cantidad de medallas y copas obtenidas, sino los
desequilibrios existentes en cuestiones relacionadas con el bienestar de
millones de personas. De estar en la zona de arriba de la tabla mundial a
estar en la de debajo, puede significar que la esperanza de vida al nacer sea
de 84 ó 42 años, así como que haya cinco médicos por cada 1.000 habitantes o
uno para más de 30.000 ciudadanos. Cifras y estadísticas que, en
función de los resultados nacionales, son contemplados con mayor o
menor indiferencia o preocupación. Parece que las fronteras
trazadas en los mapas también delimitan e influyen en la sensibilidad social.