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Aunque no recuerdo haber conocido o escuchado a nadie ensalzar y
vitorear públicamente actos de corrupción que empobrecen la democracia y el
erario de las administraciones estatales, cuando se establece una conversación
en torno a la indecencia manifestada por personas que ocupan cargos políticos y
puestos profesionales de relevancia pública y social, hay una probabilidad
elevada de que salga a relucir la pregunta: ¿y en su lugar no harías lo
mismo? Y además, formulada con total naturalidad, como si se hablara de
la necesidad de comer o ir al servicio. En cierta forma, da la sensación de
tratarse de una revelación inconsciente del sentimiento y la posible conducta
de quien la formula porque, ¿a qué obedece tratar de proyectar y extender la
sombra de la sospecha e inconsistencia ética sobre el personal? En una sociedad
educada y concienciada desde la infancia respecto al valor de la
honestidad, el respeto y la contribución al bien común, un
interrogante en las charlas sobre la deslealtad y la toxicidad de la
codicia, bien podría ser: ¿y serías capaz de tener ese
comportamiento? Algo que, lamentablemente, no parece estar a la vuelta de la
esquina.