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Según datos del Instituto
Nacional de Estadística, en la década de los 30 del siglo pasado,
alrededor del 36% de la población española con una edad superior a diez años
era analfabeta (el 46% y 30% de mujeres y hombres
respectivamente), en los años cincuenta la media se situaba en el 19% y
en los noventa en el 5%. Siendo respetables las opiniones que
infravaloran o critican el doblaje cinematográfico y televisivo, proceso
que comenzó a realizarse de manera generalizada poco antes del comienzo de la
guerra civil en nuestro país, es decir, cuando más de un tercio de la
ciudadanía no sabía leer, puede decirse que, sin la introducción de la técnica
del doblaje, millones de personas no habrían tenido la oportunidad de disfrutar
plenamente del cine y, posteriormente, de la televisión. En la
actualidad, se calcula que un millón de españoles son analfabetos (siete
de cada diez son mujeres). Y, cómo no, también hay que tener presente a quienes
por causas diversas tienen limitaciones de visión.
Sin restar importancia ni poner
en duda los beneficios y la satisfacción de escuchar las voces en
versión original y leer los subtítulos, por qué renunciar al talento y
estimable trabajo de los actores de doblaje. Ambas opciones no son
compatibles.