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Hay que adaptarse a los cambios, parece ser la frase
comodín del momento, el antídoto universal suministrado para soportar con resignación la
transformación y el deterioro continuado
de la calidad de vida de los ciudadanos. Sin embargo, una cosa es aclimatarse a las condiciones
ambientales impuestas por factores naturales, cuestión con escasos márgenes
para la diversidad y discusión, pues, ¿quién abogaría por implantar la moda del
taparrabos en Siberia?; y otra distinta
es acomodarse y asumir situaciones de desequilibrio e inmoralidad social como
si fueran las consecuencias de una erupción volcánica.
A tenor de los acontecimientos, podría decirse que la honradez y
lealtad tienen poco futuro, que el trabajo honesto conduce a un entorno repleto
de dificultades, que las herramientas adecuadas para triunfar en un proyecto
depredador son la codicia, el fraude, la especulación y la mentira.
Por cierto, ¿cómo explicar a los ciudadanos chipriotas que un sistema capitalista nacionaliza parte de sus ahorros en la noche
de un fin de semana? Sí, es lo que parece.