“Si no lo hago yo lo harán otros”, “donde manda patrón no manda marinero” y, en los últimos tiempos, “es lo que hay”, son frases escuchadas de manera reiterada a lo largo de la vida, destellos de una filosofía basada en la concesión de la autoindulgencia para los comportamientos sometidos a un examen de conciencia, en la indiferencia o el menosprecio hacia las ideas y la participación de las personas en función del estatus o el rol desempeñado, y en la renuncia a la modificación y evolución de situaciones susceptibles de mejora.
Con el paso de los años, uno se va haciendo cargo de las contradicciones, incoherencias, desvergüenzas, estupideces, envidias, complejos y prejuicios que impregnan y contaminan el aire; se asumen, no sin cierta decepción o tristeza, que el sueño de un mundo más saludable y decente configurado y mantenido desde la juventud no está a la vuelta de la esquina, sino que continuará pasando como un testigo de generación en generación tratando de alcanzar una vieja meta.
Por otra parte, resulta alentador y gratificante escuchar al creciente y vigoroso coro de voces que demanda y propone alternativas encaminadas a reformar los aspectos desagradables, obsoletos, ineficientes e injustos de un paraguas social que no solo presenta abundantes goteras, sino que ha iniciado un proceso de cierre que cada día deja a un mayor número de personas a la intemperie.
Poco importan los nombres, siglas o calificativos empleados para denominar a los incipientes movimientos sociales que manifiestan fervientes deseos de finalizar con tanta miseria y desarmonía, de obtener cotas universales de bienestar popular que, paradójicamente, aún son desconocidas entre los seres más inteligentes y civilizados del planeta, pues lo destacable y esperanzador es su esencia, su loable objetivo.
¿A quiénes puede interesarles continuar con modelos políticos, económicos y sociales que maltratan y condenan al sufrimiento a millones de seres humanos?http://enmiopinion.laopinioncoruna.es/cartas-al-director/2823-alejandro-prieto-a-coruna
Con el paso de los años, uno se va haciendo cargo de las contradicciones, incoherencias, desvergüenzas, estupideces, envidias, complejos y prejuicios que impregnan y contaminan el aire; se asumen, no sin cierta decepción o tristeza, que el sueño de un mundo más saludable y decente configurado y mantenido desde la juventud no está a la vuelta de la esquina, sino que continuará pasando como un testigo de generación en generación tratando de alcanzar una vieja meta.
Por otra parte, resulta alentador y gratificante escuchar al creciente y vigoroso coro de voces que demanda y propone alternativas encaminadas a reformar los aspectos desagradables, obsoletos, ineficientes e injustos de un paraguas social que no solo presenta abundantes goteras, sino que ha iniciado un proceso de cierre que cada día deja a un mayor número de personas a la intemperie.
Poco importan los nombres, siglas o calificativos empleados para denominar a los incipientes movimientos sociales que manifiestan fervientes deseos de finalizar con tanta miseria y desarmonía, de obtener cotas universales de bienestar popular que, paradójicamente, aún son desconocidas entre los seres más inteligentes y civilizados del planeta, pues lo destacable y esperanzador es su esencia, su loable objetivo.
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