Si
no fuera por las decenas de miles de familias que se han visto obligadas a abandonar sus viviendas,
por el aumento paulatino del número de
personas que solicitan ayuda en los bancos de alimentos y comedores sociales,
por el creciente porcentaje de vecinos que se ven incapaces de hacer frente a
la cuota de la comunidad del edificio, por el incremento de pacientes en las
consultas de salud mental, por la cantidad de jóvenes que se ven forzados a
cruzar la frontera en busca de trabajo y prosperidad, por el hurto de esperanza
y bienestar social y, como es lógico, porque a la gente no le resulta agradable
ni gracioso que la traten como si fuese idiota, escuchar ciertas declaraciones procurarían más
sonrisas que estupefacción y escozor. Entre
expiar las responsabilidades a través
del rito del harakiri y salir indemne, recompensado o glorioso tras darse una vida de lujo y alegría a costa
dinero del contribuyente, así como después de causar desperfectos económicos catastróficos para la comunidad a través del
despilfarro o la imprudente gestión, existen
diferencias destacables y difíciles de
entender.