viernes, 24 de julio de 2009

Sorpresa y alarma

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Se regala e instala un televisor u ordenador con acceso a Internet en la habitación del niño/a y, en el entorno social, la acción familiar desprende generosidad y cariño. Llevas a tu hijo de 13 años a la discoteca y vas a recogerlo a las dos o las tres de la mañana y, además de ofrecer muestras incuestionables de preocupación por el cachorro/a, puedes granjearte el calificativo y la imagen de “enrollao” entre las nuevas generaciones y el de liberal entre los amigos y conocidos. Una niña de 12 años envía SMS con contenido sexual a un chat de televisión –que se emite de madrugada– y la cadena televisiva, carente de código ético, reproduce el texto en directo para estimular conductas y lucrarse con las mismas. Un tertuliano le quita el vestido a la azafata de un programa televisivo sin su consentimiento y el presentador, lejos de censurar y expresar su desacuerdo, se ríe abiertamente y disfruta del hecho. Todo vale si es espectáculo da dinero. Si el ánimo de lucro económico, la irreflexión, la notoriedad y la satisfacción inmediata de los deseos o caprichos personales son cuestiones que desplazan, disipan e, incluso, desprecian los límites y criterios de la conducta ética, ¿por qué nos causa tanta sorpresa y alarma el creciente número de conductas antisociales y delictivas llevadas a cabo por niños o adolescentes?