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No se conocían entre sí, pero condicionados por la incapacidad
individual de costearse el alquiler de una vivienda, ahora se encuentran bajo
el mismo techo compartiendo baño, cocina y demás zonas comunes del piso. Tres
jóvenes, cada cual con su carácter, sus costumbres y su particular manera de ir
por la vida, de un día para otro tienen que convivir en un espacio reducido
donde no es necesario ser un rastreador profesional para saber de quién
son las huellas de la desvergüenza. Pero tampoco tiene importancia, pues hay
quien demuestra tener una cara más resistente a la erosión de la evidencia y la
reprobación que el granito a la acción del viento y la lluvia.
Y qué extraña resulta la forma elegida para llamar la atención y
solicitar al compañero que limpie lo ensuciado, enviando mensajes vía teléfono
móvil de una habitación a otra. Hasta ahora, y aunque ello no sea garantía de
un resultado satisfactorio, este tipo de asuntos eran tratados
preferiblemente hablando cara a cara.