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Es sorprendente que, viviendo en la denominada sociedad de la
información y comunicación, donde un bar cuenta con tantos televisores como los
existentes en todo un edificio no hace demasiadas décadas y las pantallas de
los teléfonos móviles monopolizan la atención del personal durante horas de
forma cotidiana, sean bastantes los jóvenes que desconocen el nombre del
presidente del Gobierno central, el de la comunidad autónoma donde residen y el
de los líderes de las formaciones políticas con mayor presencia en el Congreso
de los Diputados.
Pasar de la política es una opción, pero ello no significa que sus
efectos vayan a tomar la vía de circunvalación del desinterés ciudadano
haciendo un saludo amistoso desde la distancia, y cerrar los ojos ante las
cuestiones que configuran la sociedad y condicionan en buena medida la vida de
la población no parece una inversión recomendable.