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Ante el conocimiento de un suceso tan abominable como el de la joven
profesora hallada sin vida y con signos evidentes de violencia en la provincia
de Huelva, no es extraño que se produzca una reacción de alerta social que
intensifica la sensación de indefensión, pues la capacidad de empatizar con la
víctima y su entorno, así como el sentimiento de vulnerabilidad generado al
pensar que cualquier familia puede sufrir un desgarro de estas
características, son factores que actúan como un resorte disparando la
percepción de inseguridad ciudadana. Sin embargo, y sin que ello signifique
restar gravedad al déficit social existente en materia de violencia de género,
conviene señalar que distintas estadísticas sitúan a España como uno de los
países menos violentos de Europa y del mundo.
Por otro lado, parece oportuno recordar que una sociedad democrática y
desarrollada condena a las personas mediante procesos judiciales con garantías,
algo que dista mucho de la tendencia al linchamiento popular impulsado por el
volcán de la indignación y la rabia justificada.