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Esta semana, mientras consultaba el borrador de la declaración de la
renta en el portal web de la Agencia Tributaria, la radio informaba
acerca de la investigación realizada en torno a la presunta actuación
delictiva (de carácter económico y lucrativo) llevada a cabo por un ex
político en una etapa en la que, desde el asiento ocupado en el Congreso
de los Diputados, hablaba con gesto serio de la responsabilidad, el esfuerzo,
la entrega y la honradez política. Aun llevando varios años continuados escuchando
noticias sobre casos de corrupción, uno no acaba de adaptarse a tan lamentable
y repugnante escenario. ¿Aceptar con despreocupación y buena cara que todo el
dinero pagado en impuestos (directos e indirectos) a lo largo de la vida
finalice en los bolsillos de la indecencia presente (y en ocasiones con largas
raíces) en las instituciones públicas? Ni me han educado ni me he preparado
para ello. Sin duda, lo justo y preferible es que sea destinado a la
prosperidad social, y no a costear fiestas, caprichos, y residencias de
lujo o, pensando en el futuro personal y familiar, a engordar la hucha oculta
en un paraíso fiscal.