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Es increible observar la naturalidad con la que, personas adultas, van
a su aire sin pararse a pensar por un momento lo molesto que llega a
resultar el sonido del teléfono móvil en espacios compartidos. Y no dirijo la
mirada hacia los niños y adolescentes porque, en buena medida, sus
conductas son producto y reflejo de los mayores. Entrando en materia, a qué
viene ponerse a jugar, escuchar música y escribir mensajes sin desactivar el
sonido o usar auriculares en un lugar público como, por ejemplo, la sala
de espera del centro de salud, una cafetería o un autobús. Si no resulta
agradable que el pasajero acomodado en el asiento trasero le eructe a uno cerca
del oído, ni tener que escuchar la lectura del periódico en voz alta de quien
ocupa la mesa de al lado, por qué va a ser más satisfactorio tener que aguantar
el ruido de los disparos y gritos de un videojuego que entretiene a terceros.
Aunque sea un contrasentido, es posible poseer el último modelo de móvil,
publicar miles de fotos en las redes sociales y chatear durante horas, y
después adoptar comportamientos groseros y poco sociales.