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¿Cómo razonar que individuos desplazados a otra nación bajo el
propósito de disfrutar de un encuentro de fútbol en el que juega su equipo
favorito, acaben en el calabozo y sin ver el mismo por tener comportamientos
antisociales y violentos en las calles incluso el día antes de ser celebrado? Y
qué decir de los progenitores que, con motivo de un partido disputado entre
niños donde participan sus hijos, se enredan en peleas estériles en el terreno
de lo deportivo y bochornosas, perjudiciales y nada ejemplarizantes en el campo
de las relaciones humanas. Para quienes estamos prácticamente desprovistos de
sentimientos y emociones vinculadas a los resultados y clasificaciones de los
equipos en las competiciones futbolísticas (y es de suponer que también para la
mayoría de las personas aficionadas), es muy complicado encontrar un hueco en
el puzzle o rompecabezas de la sensatez donde poder encajar ciertas conductas.
Y qué lamentable resulta tener que destinar cuantiosos recursos públicos a
guiar y contener la necedad uniformada así como a reparar y reponer lo
destrozado por esta.