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No tienen por qué aprobarlo, comprenderlo, compartirlo o vivirlo con
alegría, pues significa un revés para sus expectativas, algo para lo que
no estaban preparados, una cuestión percibida como una salida brusca y
caprichosa del carril de circulación principal que conduce directamente a la
cuneta del estigma social, pero de ahí a mantener una actitud activa de
desprecio y acoso hacia una hija cuyas inclinaciones sexuales no responden a lo
convencional y esperado, hay una distancia considerable. Si ya es difícil
convivir con la discriminación y el rechazo de la calle, qué decir cuando
los componentes principales de la atmósfera familiar son la vejación y el
hostigamiento. Respuestas que no sólo no evitan ni cambian la homosexualidad de
los hijos, sino que siembran infelicidad, estimulan el proceso de
putrefacción de los sentimientos y favorecen el alejamiento.