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De regreso a casa, hacia las nueve de la noche y con un frío considerable,
me llama la atención ver a cuatro mujeres con carritos de la compra
conversando en la acera próximas a la fachada del edificio en una zona
apenas iluminada por la luz de las farolas. Continúo andando y, pasados unos
segundos, se produce un ruido que me hace volver la cabeza: dos empleadas
de un supermercado caminan por la calzada empujando un par de carros metálicos
con mercancía en dirección al lugar en el que están ubicados los
contenedores de residuos orgánicos. Las cuatro mujeres dejan de hablar y salen
de la oscuridad avanzando hacia estos, donde esperan encontrar alimentos que no
pueden coger de las estanterías del establecimiento y abonar en la caja. Y ante
tan tristes y lamentables situaciones, hay quien cree que la respuesta pasa por
poner sanciones económicas al hambre. ¡Cuánta dificultad para ponerse en el
pellejo del otro por unos instantes!