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En la tarde de la Cabalgata de los Reyes Magos, al pasar por delante
del escaparate de una pequeña mercería del barrio, mi esposa se fija en unos
calcetines de invierno que tienen pequeños círculos de goma pegados en la
planta para andar por casa sin zapatillas, y acto seguido entramos en la
tienda para comprar un par destinado a nuestra hija. A la hora de pagar
nos sorprendió un poco el precio (no estaba indicado ni preguntamos antes de
envolver la compra), pues este alcanzaba casi los 16 euros, aunque
pensamos que sería debido a la calidad de sus componentes. Quince minutos
después, estando en un comercio regentado por personal chino, veo en un
expositor vertical unos calcetines que, en apariencia, son iguales a los
adquiridos a unos cuatrocientos metros de distancia, a excepción del importe
marcado que era de 4 euros. <>, se dice uno mientras los palpa y observa envuelto en
una espesa niebla de dudas. Una vez en la vivienda, al retirar el envoltorio
comprobamos que no disponían de etiqueta ni referencia alguna, nada respecto al
lugar de fabricación, al distribuidor y a la composición de los mismos;
es decir, “blanco y en botella…” ¡Qué sensación de engaño!
¿Compensa la pérdida definitiva de clientes a cambio de un pequeño beneficio
extra a corto plazo?