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Hay programas de televisión que, sin pretenderlo,
guardan cierta semejanza con las máquinas y herramientas capaces de efectuar
una tarea y la contraria, tal como sucede con las palas excavadoras que lo
mismo abren una zanja que la tapan. Y con ello me refiero a los comúnmente
denominados como realitys shows o telebasura, que además de buscar la atención
y el entretenimiento del espectador mostrando las miserias, las bajezas,
las taras culturales, las lapidaciones y las luchas encarnizadas y sin reglas
llevadas a cabo en los platós televisivos, también pueden ser de utilidad
en hogares y centros de enseñanza cumpliendo una función educativa, tratando
de concienciar a los menores sobre los perjudiciales efectos personales y
sociales que acarrea la emulación de los malos ejemplos manifestados con
naturalidad y orgullo ante las cámaras. Cómo entender que, por
ejemplo, en un espacio televisivo se ofrezcan muestras de solidaridad y
consternación por las dramáticas consecuencias derivadas de la violencia de
género, y unos minutos después pueda darse aliento y promoción a modelos
masculinos rebozados en harina machista de pésima calidad. No es con lubricación
e impulso como se pone freno al eje de la desigualdad entre mujeres y hombres.