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Echando un vistazo al
panorama del continente europeo da la impresión de que, en la actualidad,
la conmemoración del día de Europa es un acontecimiento que pasa con más pena
que gloria entre la ciudadanía del continente. Cuatro huelgas generales en
Grecia en un periodo de cinco meses, paros laborales y estudiantiles y
acampadas en las plazas de muchas ciudades francesas por el proyecto de reforma
laboral del Gobierno galo, manifestaciones multitudinarias en distintos países
mostrando la disconformidad con la opacidad mantenida en torno al Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP),informes que certifican el aumento de la
desigualdad y la vulnerabilidad (123 millones de personas en riesgo de pobreza
o exclusión social en 2014), eclosiones y erosiones políticas causadas por la
desconfianza y merma del bienestar general que altera la
relación de fuerzas establecidas durante décadas, fortalecimiento de las
fronteras internas y externas y crecimiento y revitalización de posiciones
políticas escépticas o contrarias a la cohesión (próxima convocatoria de
referéndum en Gran Bretaña para decidir la permanencia o salida de la Unión
Europea). En definitiva, la sensación predominante es que “no está el horno
para bollos”.