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Esta mañana la radio amplificaba el desconcierto y la disconformidad
de unas familias madrileñas a las que, parece ser, se les sugirió sacar a los
hijos del colegio público donde estudian en el caso de no adquirir una
determinada tableta digital que sustituiría a los libros de texto empleados en
quinto y sexto de primaria (etapa educativa obligatoria). Sí, como leía
recientemente, el recorte medio de las comunidades autónomas en educación en el
periodo 2010-2015 fue del 11,5%, y la inversión de los hogares en educación se
vio incrementada en un 25% entre los años 2008 y 2010 (es de lo último a tocar
a la hora de recortar gastos), la severa y gélida respuesta de la dirección del
centro a los padres deja mucho que desear. ¿No es más razonable escuchar a los
progenitores, tomar en consideración las dificultades económicas
familiares y tratar de encontrar soluciones viables e integradoras? Si a la
creciente brecha de desigualdad social le añadimos condimentos que diluyen la
cohesión, el respaldo y la empatía, la realidad resultante tendría
un tono sombrío.
