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No se trata de poner duda, menospreciar o ridiculizar el flujo de
sentimientos y experiencias personales, pero me resisto a aceptar y compartir
la idea de que los perros son mejores que los hombres y, además, sus mayores
amigos. De la misma manera que estaría fuera de lugar contemplar agravantes
como la premeditación, alevosía, nocturnidad o ensañamiento en el ataque de un
perro a un niño, tampoco parece razonable atribuir cualidades como la amistad,
solidaridad y empatía a un perro enseñado y utilizado para la localización de
personas enterradas tras una catástrofe. Creo que, tanto el mejor amigo como el
peor enemigo del hombre, no es otro que el propio hombre; y también
el más corrosivo y perjudicial para la vida y el equilibrio de los
ecosistemas. Sin embargo, en materia de conducta ello no sitúa en un mismo
plano a hombres y canes, ya que los comportamientos de unos responden al
instinto y los de los otros a la “inteligencia”. Por cierto, buscar
refugio en la docilidad y fiel compañía de un perro para eludir las
responsabilidades y los deberes que conlleva ser propietario, ¿no es hacer
trampa?