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Al echar una mirada al panorama político, social y económico del
momento, cualquiera diría que vivimos en una sociedad con doble
personalidad. De un lado, lanzamiento institucional de campañas
informativas en los medios de comunicación y centros educativos al objeto de
sensibilizar y concienciar a la población en materias relacionadas con la
seguridad y la salud como, por ejemplo, la educación vial, los
hábitos alimenticios y la actividad física; la proliferación de productos en
las estanterías de tiendas y supermercados con bajo contenido de grasa, de
escaso aporte calórico y enriquecidos con vitaminas; o la organización
civil de actividades diversas destinadas a recaudar fondos para financiar
investigaciones médicas o adquirir alimentos para personas sin recursos. De
otro, desarrollo de políticas nutritivas y permeables a los
comportamientos codiciosos, fraudulentos, insensibles y
especulativos; o sea, impulsoras de una delgadez extrema de los servicios
y prestaciones públicas, benévolas con la evasión de capitales, favorecedoras
de la indiferencia individualista e incentivadoras de la desigualdad
social sin límites ni escrúpulos. En resumen, muestras públicas de preocupación
por el bienestar de la ciudadanía, aunque recetando fórmulas sociales
enfermizas (aumento de la pobreza, los suicidios, la inseguridad pública, los
trastornos mentales y la infelicidad).