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Con independencia de que obtenga o no la distinción como mejor
profesor del mundo, parece ser que, el docente aragonés César
Bora, está dejando una grata, nutritiva e indeleble huella en
muchos de los alumnos que pasan por sus clases. En las entrevistas realizadas
en la radio y televisión que he tenido la ocasión y el placer de ver y
escuchar, los medios destacan el interés manifestado por este profesional en
tratar de trasmitir a los menores enseñanzas que van más allá del objetivo
técnico y el contenido curricular, cuestiones que, como la empatía y el respeto
a los derechos humanos, guardan mayor relación con el bienestar y la felicidad
de las personas que con las primas de riesgo y las cotizaciones bursátiles.
Además de compatible con el progreso científico-tecnológico y la economía
productiva, una educación académica estimulante, creativa y rica en valores
éticos contribuye a desarrollar sociedades más equitativas y a
elevar el nivel de felicidad nacional bruta. Es decir, con menos terreno
abonado para el cultivo y proliferación de la injusticia, la codicia y la
desvergüenza. Importan las letras y las ciencias, pero también importa educar
para ser buenas personas.