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En
mayor o menor grado y con más o menos asiduidad, las personas actuamos bajo la
batuta de la impertinencia o nos pronunciamos de manera impulsiva y sin
recapacitar. Es decir, tendemos a cagarla. Ello es algo que, hasta unos años,
no solía propagarse más allá del círculo o ámbito en el que se manifestaba la
tontería, el error o la estupidez. Sin embargo, la aparición de las redes
sociales ha hecho posible que las salidas de tono e impertinencias
se ramifiquen y difundan a una velocidad trepidante, dando lugar a posteriores
aclaraciones, disculpas y, en raras ocasiones, a la asunción de
responsabilidades. A saber si es una cuestión de prisa por llegar a la meta con
ventaja, de un desbocado afán de protagonismo o de una compulsiva
necesidad de expresar en voz alta mamarrachadas y lindezas, pero
parece que lo ocurrido con la utilización de servicios como Twitter, en
determinados casos es como para hacérselo mirar.