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Hace unos años era habitual leer
en la prensa artículos y reportajes sobre la relación existente entre la
productividad y el entorno laboral, se comentaba e incidía en
la conveniencia de establecer estructuras y procesos organizativos que
favorezcan la integración, la participación, la complicidad y el desarrollo personal
de los empleados, es decir, de procurar la formación de una atmósfera
laboral rica en motivación. En la actualidad, parece haberse producido un
frenazo informativo al respecto, y, lo que es peor y más decepcionante,
un giro brusco en el contenido de las noticias relacionadas con el clima
y las condiciones de trabajo. Arrojar un billete de cincuenta euros al aire e
indicar a los aspirantes a un contrato laboral que este será para el primero en
cogerlo del suelo, desde luego, no es un método de selección basado en el mérito
y la capacidad, no muestra demasiado respeto hacia las personas y
no es la mejor manera de comenzar una relación laboral satisfactoria. ¿Aumentar
la productividad y competitividad a base de humillación, abuso y
deterioro progresivo e injustificado de las condiciones de trabajo? ¡Qué
desconocimiento en materia de conducta y respuesta humana y/o qué falta de
consideración hacia los sentimientos y la dignidad del prójimo!