Un denominador común de las fotografías del reportaje “Cansadas de esperar” (Magazine, 24/XII/2011), es la ausencia de sonrisas en los rostros de sus protagonistas, la melancolía reflejada en las miradas de diecisiete mujeres que contemplan con impotencia el naufragio de sus proyectos e ilusiones. Y, teniendo en cuenta la edad de las mismas, queda patente que la atmósfera de precariedad y desamparo ha sido respirada por abuelas, madres e hijas. Recientemente, leí que el peaje a pagar por la mayor parte de las mujeres centroamericanas que emprenden el duro y angustioso camino de la migración con la esperanza de alcanzar y pasar la frontera hacia los Estados Unidos, es la violación (entre el 60% y 80%) o el ofrecimiento sexual a cambio de encontrar cierta “protección” durante un trayecto de miles de kilómetros por territorio mexicano. Resulta muy triste, vergonzoso, desesperanzador o repugnante conocer los atropellos y sinsabores padecidos por millones de seres humanos por el mero hecho de haber nacido con el sexo femenino.