sábado, 14 de enero de 2012

El control del timón

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Aún conservo la notificación enviada por el Ayuntamiento informándome acerca del derecho al voto en las elecciones para el Congreso y el Senado convocadas para el 28 de octubre de 1982, en la que se me invitaba a romper la virginidad ante las urnas con seductores mensajes como, por ejemplo: «Las generaciones que hasta ahora estamos en la tarea de afirmar la democracia en España, pedimos la solidaridad de las que llegan y esperamos que se incorporen a ese proyecto histórico»; «La democracia es, para nosotros, la única forma válida de legitimar la autoridad y el único sistema político que puede hacer posible el progreso en libertad».
Era tal el deseo de acudir a votar, de participar en la transformación y el desarrollo de nuestra sociedad que, en realidad, no hubiera sido necesaria tan atractiva comunicación para estimular a un chaval de diecinueve años.
Desde entonces no he faltado en ninguna ocasión a la cita de las urnas pero, la verdad, últimamente ya no es lo mismo, pues, lamentable y contrariamente a lo ocurrido con el sexo, la ilusión y las ganas  se han ido desvaneciendo.
Y qué decir de la confianza de los jóvenes en la política. No parece muy bueno y deseable que la ciudadanía se cuestione la representatividad y autoridad de quienes son elegidos para gobernar, aunque, para ello, ¿no es necesario que el control del timón esté en manos de la política (en mayúsculas) y no de la codicia?