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Si de algo estoy convencido, es que nunca llegaré a tener afición ni
adicción a las entrevistas políticas realizadas en periodo de campaña
electoral. Difícilmente se llega a tener la necesidad de sentarse a escuchar
respuestas que circundan y esquivan muchas de las cuestiones planteadas por los
periodistas, o que penetran en la madriguera de la tergiversación con una
naturalidad asombrosa; también es improbable que uno pueda sentirse atrapado
por las entrevistas repostería, elaboradas con un exceso de dulce que empalaga
y satura.
Claro que, cuando las acciones y los discursos siguen trayectorias
divergentes, cuando la estela de la coherencia sufre una degradación
manifiesta, la honestidad pasa a ser un náufrago a la deriva que procura
mantenerse a flote echando mano de cualquier recurso. El plástico inunda los
océanos y la hipocresía parece tener cada vez mayor presencia en el ámbito
político.