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Al salir del vientre materno venimos al mundo como las cebollas al ser
extraídas de la tierra, es decir, con las capas de inocencia tiernas e
intactas. Los bebés no llegan leyendo un manual sobre el cultivo del recelo y
la “mala leche”, no rechazan el pecho, el cariño y el calor de un abrazo por
motivo de raza; tampoco discriminan y dejan de jugar por razón de sexo; ni conocen cómo es el rostro
del cinismo, la manipulación, la envidia, la codicia, la corrupción, la
arbitrariedad o la vileza.
Sin embargo, la probabilidad de verse afectados por un proceso de
degradación progresivo y extremadamente penetrante, varía en buena medida en
función de la concentración y las propiedades de los contaminantes mentales
presentes en el ambiente en el que se crece, del tiempo de exposición a
los mismos y también de las características personales.