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Hace poco más de un mes, los medios de comunicación difundían una
noticia sobre la detención de un hombre que, presuntamente, había llevado a
cabo el rapto de su expareja llegando a echarle pegamento en la vagina.
Pasados unos días, la cuestión daba un giro de 180 grados al quedar en libertad
el hombre y detenida la mujer, pues al parecer todo había sido fruto de
un secuestro simulado. Esta mañana, escuchaba en la radio que un padre
confirmaba haber mentido y exagerado cuando solicitaba ayuda económica
destinada a una hija con una enfermedad genética, llevando a la niña a
curanderos en vez de ponerla en manos médicos en Estados Unidos. Siendo estas
conductas reprobables y causantes de indignación, no dejan de ser
acciones aisladas, sin conexión o confabulación de asociaciones y colectivos,
tal como sí ha sucedido en el ámbito político e institucional,
donde las tramas de corrupción llegaron a brotar como las setas. Ahora
bien, si tanto la mujer que puso la denuncia falsa como el
progenitor que engañó a la ciudadanía han ocasionado un roto en su credibilidad
difícil de remendar, en política es compatible mentir y triunfar.