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Hace más de treinta años, siendo unos chavales, cuando
íbamos unos días de acampada libre a la montaña teníamos una norma no escrita
que, debido a nuestra incipiente inquietud respecto a la necesidad de
tener un comportamiento ciudadano y un progreso social compatible con la
conservación de la naturaleza, llevábamos a cabo con plena satisfacción:
recoger las latas, botellas, plásticos y demás residuos no orgánicos para
trasladarlos al regreso hasta un lugar de recogida de basura. También recuerdo
la puesta colectiva de piedras de tamaño respetable en la entrada a una zona
verde municipal con el propósito de obstaculizar el acceso de vehículos que
eran objeto de mantenimientos en la misma, dejando el aceite del motor y las
pieza usadas abandonadas en el lugar, una cuestión restringida pocos años
después por las autoridades locales al ser acondicionada como parque
público. Sencillas conductas y acciones alimentadas por el despertar de una
conciencia denominada ecologista que no generaba excesiva simpatía ni gozaba de
muy buena prensa. Hay que ver cómo cambian las cosas, cuánta alegría
política, institucional y ciudadana manifestada con motivo del triunfo
electoral del candidato verde en las últimas elecciones realizadas en
Austria.