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¿Qué va a ser de mi pensión?, es una pregunta que está
presente en la mente de buena parte de los ciudadanos de este país, con
independencia las preferencias de cada cual a la hora de acudir a las urnas. Y
no parece responder a una caprichosa paranoia colectiva, a una idea obsesiva
transmitida por la conspiración soterrada de grupos radicales o al miedo de una
población inmadura y desinformada, sino a la evolución de una situación
económica, laboral y demográfica cuyos datos no invitan
precisamente a ver las cosas con optimismo. Las cifras relativas a la hucha de
las pensiones señalan un descenso del 60% del fondo en los últimos cinco
años, el nivel de deuda pública ha pasado del 70 al 100% del producto interior
bruto en el mismo periodo y las proyecciones del Instituto Nacional de
Estadística en materia demográfica indican que, en el caso de mantenerse las
tendencias actuales, el porcentaje de personas mayores de 65 años alcanzaría el
24,9% en 2029 y el 38,7% en 2064. Está muy bien el mensaje electoral de
desapego por los sillones, pero la ciudadanía demanda y espera comportamientos
y resultados en otra dirección. Y estará atenta.