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El Comercio
Cuando una asociación o grupo de profesionales de la salud lleva a
cabo la divulgación de un estudio que, pongamos el caso, da cuenta de las
incidencias sanitarias generadas por la ingesta abusiva de alcohol, la obesidad o la adicción a determinados
estupefacientes en la adolescencia, no suele darse un debate público en el que
se ponga en duda la información facilitada ni la intención de los expertos. En
cambio, no parece suceder lo mismo con
los informes hechos por organizaciones como Unicef, Cáritas o Intermon Oxfam en
torno a la extensión y profundidad de la desigualdad, precariedad y exclusión
social, siendo estos objetos de controversia y
cuestionados tanto en su contenido como en el objeto perseguido. Restar
importancia o aplicar suavizantes a las cifras de pobreza infantil en nuestro
país aludiendo a la miseria extrema existente en otras naciones o continentes,
¿es un buen punto de partida para ofrecer respuestas y soluciones al problema?
Con los casos de robo, derroche y fraude de
dinero público descubiertos en los últimos años, sería tremendo ver a
niños muriendo de hambre en nuestros pueblos y ciudades. Lo justo y ético en un
mundo de abundancia es que no haya niños
desnutridos, sin libros o sin gafas.