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Conforme a la evolución de los acontecimientos habidos en los últimos
años en torno al festejo del Toro de la Vega, no sería de extrañar que, además
de la muerte del toro, pudiera darse el fallecimiento de alguna persona
como consecuencia de los enfrentamientos surgidos entre quienes
participan y tratan de preservar la continuidad del evento y quienes
tratan de alterar el desarrollo del mismo o impedir su celebración.
Las opiniones al respecto son divergentes e irreconciliables, pues
mientras que para unos es una tradición entrañable y esperada, para otros
representa un acto de barbarie injustificable e inaceptable. Al
margen de las emociones individuales brotadas al calor de la
fiesta, lo que resulta poco edificante y difícil de explicar
a un niño es el espectáculo de crispación, hostilidad y
agresión física desencadenado alrededor de un festejo que, a tenor
de lo expuesto y escuchado en los medios de comunicación, parece estar
sufriendo los efectos de una erosión paulatina que daña y debilita sus
pilares centrales: los de la simpatía, la comprensión y el apoyo social.