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En febrero del presente año la prensa publicaba que, según datos
aportados por el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, la cifra
de personas muertas tras cuatro años de guerra en Siria ascendía a 210.060,
estimando que casi la mitad eran civiles y contabilizando entre ellas a
10.664 niños. ¿Es acertado publicar fotografías como la del niño sirio
fallecido en una playa turca?, escuché decir el otro día en la radio. Si
el inmenso sufrimiento generado por el desarrollo de conflictos armados como el
referido no es algo virtual (cuestión que hace muy difícil comprender las
muestras de complacencia y entusiasmo ante el inicio de guerras ajenas),
¿es adecuado y beneficioso para la sensibilidad e higiene social camuflar o
aplicar tratamientos de bótox informativo?, ¿contribuye ello a
detener o reducir los efectos de las explosiones, las balas y la crueldad del
odio desbocado? Lo preocupante, doloroso o
desestabilizador para la ciudadanía no son las instantáneas reveladoras del
horror, sino el triunfo nebuloso de intereses espurios que soslayan los
padecimientos de los pueblos.
“Se feliz”, rezan muchos anuncios publicitarios, aunque sin mirar
lo sucedido al otro lado de la orilla, restringiendo cada día
más los límites fronterizos de la empatía.