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Después de ver las imágenes de la madre estadounidense que saca a su
hijo de dieciséis años de una manifestación de protesta a base de bofetadas,
debo confesar que no me encuentro entre quienes alaban y aplauden semejantes
muestras de cariño y protección, pues más que una respuesta instintiva y
aislada de auxilio, tiene la apariencia
de obedecer a una dinámica “educativa”, de ser el método habitual de enseñanza
y comunicación en el seno familiar. En un momento de nervios y preocupación es
comprensible que se agarre al chico con contundencia y se tire de él intentando
alejarle del foco de tensión y riesgo, pero ¿vociferar y darle golpes en la
cara como un energúmeno? Crecer bajo la orientación de la batuta de las
guantadas y el miedo no parece ser lo más apropiado para cultivar la afectividad, el razonamiento,
el diálogo, la reflexión y la capacidad de negociación ante las diferencias.
Hay tener mucho cuidado con hacer elogios a la agresividad, ya que podría
causar y extender la confusión entre
quienes, por ejemplo, justifican la violencia de género diciendo que la mate
porque la quería. Y, por cierto, el motivo de la protesta era denunciar la desproporción de algunas
actuaciones policiales.