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Si hay un consenso social prácticamente unánime acerca de la
conveniencia y utilidad de hacer uso del instrumento de la educación desde
edades tempranas para obtener resultados más satisfactorios en materias como la
lucha contra la violencia de género, la racionalización del uso del agua, la
disminución de emisiones contaminantes a la atmósfera o la reutilización y el
reciclaje de materiales, ¿por qué no emplear tan potente herramienta para
crear concienciación sobre la necesidad de aprender, formarse y trabajar
orientando el esfuerzo y la productividad al desarrollo y bienestar
de la Comunidad? He leído que el Ministerio de Educación contempla la creación
de una asignatura llamada Iniciación a la Actividad Emprendedora, la cual
será impartida por profesores de Filosofía, pero, y cuál sería el enfoque
central de la misma, ¿promover la innovación y el progreso desde la óptica del
conjunto o estimular el afán individual de hacerse rico depredando
a los congéneres con dentaduras especuladoras y carentes de ética? Y es
que, desayunando tazas con preparados a base de codicia y sueños de grandeza
desde edades tempranas, ya conocemos y somos conscientes de las cualidades del
producto obtenido: Frágil e inconsistente en humanidad y duro e inexorable en
indiferencia.