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'No tienes muy buena cara,
¿te sientes mal, te pasa algo?', comenta el frutero al señor que,
tras oír el pitido del panel digital y ver que había llegado su
turno, se acerca al mostrador para hacer la compra. No tengo
malestar físico, pero acabo de escuchar en la radio una receta para combatir el
paro juvenil que, la verdad, me produjo tales ardores y náuseas morales que aún
estoy revuelto. Porque, vamos a ver, cómo es posible que quienes duermen en
habitaciones cuyo coste es el triple del salario mínimo y pagan por el desayuno
bastante más de lo que muchas familias tienen para pasar el día, sean capaces
de recomendar sin el menor atisbo de rubor rebajar el importe de éste para
facilitar la incorporación de los jóvenes al mercado laboral. Con semejante
ejemplaridad, tamaña sensibilidad social y esperanzadoras propuestas de
presente y futuro, la evolución de la confianza y el apego de la población
hacia las instituciones políticas y económicas seguirá discurriendo por una
dirección paralela a la sugerida para el salario mínimo. No es más que
una cuestión de reciprocidad.